La fórmula de mi abuela

Mi abuela nunca me dijo que debía rezar, ni que Dios era lo más importante, ni me habló de la necesidad de amar y ser amados y mucho menos de las obras de misericordia.
Mi abuela nunca me dijo lo que significa la solidaridad ni los derechos humanos, ni la injusticia social o el pecado.

Tristemente no recuerdo su voz (que dicen que muy simpática y medio ronquita), pero estoy convencida de que había algo mejor, más penetrante y potente que su voz, mucho más. Tenía la Palabra convincente de su ejemplo; ¡predicaba todo el día con su testimonio!

Se entendía muy bien con la gente aun sin saber el idioma y todos reían con ella porque comunicaba siempre la alegría a pesar de todos sus sufrimientos, que fueron muchos, pero que yo nunca noté.
 Sus gestos, su sonrisa y toda su ternura nos hacían sentir que éramos su tesoro, que éramos los nietos más amados del mundo. Simplemente nos hacía felices.

Al morir aunque éramos pequeños, nos dejó en herencia aquellos pobres en el cuerpo o en el alma, a los que atendía con tanta discreción, tratándoles como verdaderos amigos, y aquellos niños tan pobrecitos y aquellos ancianos que venían a revelarle sus angustias que ella escuchaba con amor.
No tenía dinero pero la riqueza de su Fe le ayudaba a convertir las cosas más insignificantes en un detalle para regalar, para comunicar un buen deseo, para hablar de Dios; por eso siempre tenía algo para dar, algo para compartir.

 Eso sí, todas las tardes sin fallar, se ponía su ropa limpia y planchadita con su cinturón que ajustaba muy bien y las medias y sus zapaticos de salir y muy linda y perfumada, estaba lista como para la mejor ocasión, entonces, así se sentaba a hablar con Dios, a rezar y leía aquel librito tan gastado como ella por los años: “La Imitación de Cristo” y aferrada al rosario y su devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro besaba con devoción su eterna estampa del Corazón de Jesús.

Sólo mirar a mi abuela era la gran catequesis, acercarse a ella era conocer y amar los mandamientos, los sacramentos, la caridad. Acercarse a ella era aprender a ser auténticamente cristiano, generoso y compasivo. Su ejemplo nos demostró la importancia de la oración para vivir en paz, para disfrutar y valorar todo lo que Dios nos regala cada día, para ser fuertes en las dificultades y ofrecer a Jesús todos los sufrimientos con alegría.

Así predicaba ella ¡amando a Dios y al prójimo a tiempo completo! Fórmula que nunca falla.

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